Jamás he faltado a una cita con las lluvias torrenciales, con las topografías deducidas al primer tacto, con los misterios de la piel, por las ventanas insomnes, con los violines de dos almas, con las lunas infieles.
Desde hoy empezaré a faltar a todas.
Me marcho a practicar la menos valorada de las disciplinas: ir con la llovizna a rescatar del hastío las cosas ante las cuales el corazón ha sido ciego; a salvarlas de sí mismas y de uno mismo; de las telarañas de la premura; de las arañas sin rincón; de las idas sin vuelta, de las vueltas sin idas.
Sólo llevo un mapa, un bolígrafo, un cuaderno.
Me largo con la primera partícula que pueda atrapar por la mañana y no pienso regresar hasta comprender por qué el rocío duele más que el aguacero.